viernes, 2 de abril de 2010

El deseo de volar

EL DESEO DE VOLAR


Abrir las alas, cerrar los ojos.
Alzar el vuelo, tocar el cielo.

Dejar todo atrás, vaciar la mente.
Escuchar tus latidos, relajar los sentidos.

Derramar una lágrima, un sentimiento se escapa.
Esbozar una sonrisa, una caricia de brisa.

Sentir el aire, borrar recuerdos.
Inspirar paz, ser ave sagaz.

Ver la luz, ser la tormenta.
Sentir la oscuridad inmensa, dejarte acariciar.

Esperar que no acabe, ver el final.
Calmar las emociones, buscar por los rincones.

Perder las alas, matar el cuerpo.
Caer en silencio, parar el tiempo.

Hallar tu corazón acelerado, volver a respirar.
Soñar más, simplemente, es el deseo de volar.

Nostalgia

Repta por las blancas paredes una canción que escupe la radio, llena de parásitos. Me presiona la cabeza, desordenándome la mente y pulso una tecla, ahogándola. El silencio actual me abandona en la angulosa habitación. Presa de la soledad, camino hacia la ventana cubierta de una empalagosa capa húmeda que solo me deja intuir la nieve blanca y crujiente que me mantiene encerrada en casa.
El viento se cuela por una ridícula rendija haciéndome temblar cuando araña mi nuca, tan distinto a tu cálido aliento que paseose por mi piel antaño, bailando sobre ella al armonioso ritmo de tu suave risa, que nos invitaba a unir nuestras miradas en un tranquilo silencio, donde las pupilas de ambos jugaban, profundas y llenas de brillo. Igual se iluminaban tus perlados dientes, que se lucían en los mejores momentos en que permanecíamos juntos. Me cogías de la mano entonces, y tus dedos se paseaban entre los míos, haciéndome sentir la felicidad fluir por mis venas, sensación muy distinta al escalofrío que me recorre por acariciar el frío vidrio en pensarte.
Mi mente se desliza entre los recuerdos, liberándome, mientras mis dedos se deslizan sobre el cristal helado, escribiendo tu dulce nombre.

El frío entra por las puntas de mis dedos y recorre mis venas. Mi corazón se ha secado y la sangre oxidada se pasea por mi cuerpo como un ácido que corroe mis entrañas. La profunda herida que dejaste en mi corazón sigue abierta y su pálpito se acelera confuso cuando cree oír tu voz, que resulta ser el murmullo de los árboles anunciando la llegada del viento. Después de todo espera tu regreso, el elixir que le devuelve la vida y me hace renacer. Pero tú no vuelves, y yo me quedo sola. Sola, con mi triste y oxidado corazón.